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Bistro Chez Chloé: un bistró con alma en el corazón de la Dordogne

  • Deby Beard
  • 1 day ago
  • 2 min read


A orillas del río Vézère, entre los acantilados de piedra caliza y las cuevas que guardan los susurros del Paleolítico, hay un pequeño restaurante donde todo parece encajar con una naturalidad sencilla. Ni pretensiones ni artificios: solo una casa antigua de fachada discreta, una terraza entre árboles, y la promesa de una comida que reconcilia con lo esencial. Así es Bistro Chez Chloé, un rincón entrañable en el pueblo de Les Eyzies-de-Tayac, en la Dordogne.


El entorno no podría ser más evocador. Esta región del suroeste francés es un mosaico de bosques, castillos y caminos que serpentean entre campos de nogales y pueblos de piedra dorada. Pero en medio de esa postal rural, Chez Chloé destaca no por desentonar, sino por encarnar con fidelidad el espíritu de la zona: cálido, generoso, cercano.



El interior del bistró es acogedor sin caer en clichés. Madera clara, detalles de buen gusto, una iluminación suave que invita a quedarse más tiempo del previsto. Pero es al aire libre donde el lugar despliega todo su encanto. En la terraza, bajo la sombra de los árboles, los comensales se instalan sin prisa, como si el ritmo de la Dordogne contagiara también a los platos. Aquí, comer es un acto sin apuros, como si el tiempo obedeciera a otra lógica.


La cocina está a cargo de Mathieu Métifet, un chef que entiende el acto de cocinar como una forma de respeto: hacia el producto, hacia la tierra y hacia quienes se sientan a la mesa. Su propuesta es sencilla pero precisa. Cada ingrediente —una trucha local, un queso de cabra de la región, unas verduras del huerto— está ahí por una razón. No hay decoraciones superfluas ni gestos grandilocuentes: solo una búsqueda sincera del sabor y la armonía.


El menú cambia con las estaciones y refleja los colores del paisaje. En primavera, las flores comestibles aparecen tímidamente en los platos; en otoño, los hongos y las castañas cobran protagonismo. La carta da espacio tanto a los platos tradicionales como a pequeñas invenciones del chef, que juega con técnicas contemporáneas sin abandonar la raíz campestre de su cocina.



Pero Chez Chloé no se limita al almuerzo o la cena. Durante los meses más cálidos, el bistró organiza noches de música en vivo, degustaciones de vinos y productos locales, pequeñas fiestas discretas donde la comunidad se mezcla con los viajeros. Esos eventos, lejos de ser espectáculo, tienen el tono íntimo de las cosas hechas con cariño.


Hay algo en Chez Chloé —quizás su honestidad, o su ternura disfrazada de sobriedad— que deja huella. Al salir, uno no solo recuerda un plato o un vino, sino una atmósfera. Una manera de estar, de mirar, de compartir.


En una región donde la historia es profunda y la belleza, abundante, encontrar lugares que no se dejen llevar por el turismo fácil es un regalo. Chez Chloé es uno de esos raros espacios donde el alma del lugar no se ha diluido. Donde cada comida es también una conversación silenciosa con el paisaje. Donde lo sencillo se vuelve memorable.



Con la ayuda del Comité Departamental de Turismo Dordoña Perigord: https://www.dordogne-perigord-tourisme.fr 

 
 
 

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