Sendero: México servido con elegancia
- Alexis Beard
- Sep 14
- 3 min read

En una ciudad como la nuestra, donde cada esquina ofrece una tentación distinta, resulta difícil encontrar un lugar que combine elegancia, calidez y autenticidad en un mismo espacio. Sendero, el restaurante del JW Marriott Mexico City Polanco, lo consigue con naturalidad, como si hubiera nacido para recordarnos que la gastronomía es, antes que nada, un viaje de sensaciones.
Desde el primer instante, Sendero envuelve al visitante en un ambiente que equilibra amplitud y cercanía. El salón, luminoso y contemporáneo, está diseñado para invitar a la calma. Nada es estridente ni recargado: los detalles son sobrios pero pensados, las mesas amplias y cómodas, la luz medida para resaltar los colores de los platos sin robarles protagonismo. Uno se sienta con la certeza de que está por vivir algo especial, como quien abre un libro sabiendo que no será cualquier lectura.

La propuesta culinaria es, en esencia, un homenaje a México. No se trata de reproducir recetas al pie de la letra, sino de mirarlas con respeto y reinterpretarlas con sutileza. Cada platillo está concebido como un puente entre la memoria y el presente, entre el sabor de la infancia y la innovación contemporánea. Así, unos elotes con chipotle pueden convertirse en una experiencia de nostalgia pura: el dulzor del grano tierno, la caricia ahumada del chile, y esa untuosidad que reconforta como un abrazo cálido.
El mar, por su parte, aparece en creaciones como la tostada de pulpo, donde el molusco se presenta en su punto exacto: firme pero delicado, sostenido por un aliño que baila entre lo marino y lo cítrico, mientras la base crujiente añade contraste. La tostada de atún lleva el mismo sello de sencillez sofisticada: un bocado ligero y fresco, donde el pescado rosado descansa sobre la tostada con la elegancia de quien sabe que no necesita artificios para brillar.

Pero quizá la mejor manera de entender el espíritu de Sendero sea a través de su relación con la temporalidad. No todos los sabores están disponibles todo el año, y es esa espera lo que los convierte en tesoros. El ejemplo más claro es la llegada de los chiles en nogada, un ritual que marca los meses de agosto y septiembre como un paréntesis glorioso en el calendario.
El chile, presentado como una joya sobre el plato, aparece cubierto por una nogada tersa, delicada, que evoca la suavidad de un suspiro. Sobre ella, las semillas de granada estallan como rubíes luminosos, completando el cuadro de un platillo que es tanto una celebración gastronómica como un símbolo cultural. En Sendero, cada bocado parece contener un país entero: la historia de su independencia, la generosidad de su tierra, la creatividad de su gente. El relleno, sutilmente especiado y envuelto en el dulzor de la fruta, es la unión perfecta de contrastes, como si el plato mismo recordara que México es siempre plural, siempre diverso.
Y así, cuando uno prueba los chiles en nogada en Sendero, comprende que no está solo ante un platillo, sino ante un instante irrepetible. La fugacidad de su temporada nos recuerda que lo valioso siempre es breve, y que hay sabores que, como los recuerdos más entrañables, se disfrutan mejor cuando se saben pasajeros.
Sendero, con su ambiente sereno y su propuesta cuidada, logra que cada visita sea un viaje. Y entre sus múltiples capítulos, los chiles en nogada son quizás el más poético: un diálogo con la estación, un regalo de agosto y septiembre, y una celebración de lo que significa comer en México.




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