Buenas noticias para los amantes del esquí: Ikon Pass se expande
- Melanie Beard
- 12 minutes ago
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A pocas semanas de que el invierno pinte de blanco las cumbres del norte, el aire se impregna de esa fragancia inconfundible: leña ardiendo, viento helado, promesas de polvo dorado sobre la nieve recién caída. Las montañas respiran, se preparan, laten. Y con ellas, los soñadores que viven por y para deslizarse en el filo del silencio. Los poseedores del Ikon Pass —esa llave luminosa que abre portones de hielo y aventura— sienten que esta temporada será el comienzo de una nueva era blanca.
El universo Ikon se expande, se ensancha, como una constelación que crece bajo un cielo de invierno. Diecisiete nuevos remontes, tres telecabinas relucientes, senderos tallados con amor en la roca, alojamientos que parecen salidos de un sueño nórdico. La nieve no solo cae: florece. Cada montaña se vuelve un poema, cada pista una línea escrita con el cuerpo, cada descenso un acto de libertad pura.
Arapahoe Basin, el corazón salvaje de Colorado, se abre ahora sin límites al viajero que busca sentir la montaña sin intermediarios.
En Canadá, Le Massif de Charlevoix se alza con su elegancia francófona sobre el río San Lorenzo, y en Europa, la historia se entrelaza con el viento. Ischgl, la joya austriaca, se une al mapa Ikon junto con las cinco bellezas del Valle d’Aosta —Courmayeur, Cervino, La Thuile, Monterosa y Pila—, donde el esquí se mezcla con la ópera, con la piedra, con la tradición. Cada nombre resuena como una nota de música alpina.

En Norteamérica, el mapa de la nieve se dibuja con trazos nuevos: SilverStar y Grouse Mountain en la Columbia Británica, Ski Butternut en Massachusetts, destinos donde el blanco tiene acentos distintos. Desde los bosques encantados de Minnesota hasta las colinas nevadas de Nuevo Hampshire, el Ikon Pass se convierte en un hilo invisible que cose geografías distantes bajo el mismo cielo cristalino.
Incluso la tecnología, esta vez, se viste de invierno. La aplicación Ikon Pass renace: más ágil, más intuitiva, más cercana al corazón del viajero. Los mapas palpitan, los pagos se disuelven en segundos, la montaña responde al toque. Es como si la nieve hablara, como si la naturaleza misma guiara el camino. Estar allí —en cualquiera de los más de sesenta destinos del mundo— se siente tan sencillo como respirar.
Y entre todas las noticias que trae la temporada, una brilla con la intensidad de la aurora boreal: la expansión monumental de Deer Valley, en Utah. Siete nuevas telesillas, una telecabina que surca el aire como un hilo dorado —East Village Express—, y un trazado que dobla el terreno esquiable. Más de doscientas pistas y 4,300 acres de pura libertad. El esquí deja de ser un deporte para volverse vuelo.

En Big Sky, Montana, la nueva telecabina Explorer se eleva hacia el mítico Lone Peak, y desde su plataforma de cristal, el mundo se revela suspendido en el tiempo: cascadas, nubes, silencio. En Ischgl, las góndolas solares con asientos calefactados hablan de un lujo moderno, de una sostenibilidad que ya no es promesa sino realidad.
El descanso también se transforma. En Snowshoe, Virginia Occidental, el Centro Shavers se renueva con madera, fuego y terrazas donde el crepúsculo se posa suave. En Quebec, el Chalet Bertha, de lujo discreto, se asoma al río San Lorenzo, donde cada amanecer parece pintado con pinceles de acuarela. En Taos, Nuevo México, los más pequeños encuentran una tienda mágica al pie de la montaña, donde juguetes y dulces se mezclan con el rumor del viento helado.
Y así, mientras el frío avanza y las montañas se visten de plata, el Ikon Pass se erige como un pasaporte hacia la emoción, una brújula dorada que une continentes, culturas y corazones bajo un mismo manto blanco. El invierno ya no es solo una estación: es un estado del alma.




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