Un santuario entre la tierra y las nubes de Huangshan
- Melanie Beard
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Entre montañas que parecen esculpidas por los dioses y valles envueltos en neblina, se esconde un lugar donde el alma respira despacio. En el corazón de Anhui, rodeado de arrozales, bambú y aire puro, el Banyan Tree Huangshan se levanta como un santuario entre la tierra y las nubes. AllÃ, donde la naturaleza parece hablar en susurros, descubrà una forma distinta del tiempo: uno que no corre, sino que se desliza, paciente y sabio, como el curso de un rÃo antiguo.
El camino hasta el resort es una danza de curvas suaves que se abren paso entre montañas y aldeas centenarias. Cuando finalmente aparece el Banyan Tree, emerge con la misma naturalidad que los árboles y las rocas que lo rodean. Su arquitectura, de piedra clara y madera oscura, se funde con el paisaje. Nada interrumpe la vista; todo parece haber sido pensado para rendir homenaje al Huangshan, esa montaña que ha inspirado siglos de poesÃa y pintura china.

El vestÃbulo se abre al aire como un templo moderno. En lugar de lujo ostentoso, hay armonÃa: la fragancia del incienso, la luz dorada filtrándose entre los muros, el sonido del agua corriendo por los estanques. Me recibieron con una sonrisa y una taza de té caliente, y en ese gesto sentà que la hospitalidad aquÃ, como siempre con Banyan Tree, es una forma de filosofÃa.
Mi villa, llamada Tachuan, era un refugio de serenidad. Amplia, con techo alto, ventanales que enmarcaban las montañas y un patio privado donde el viento jugaba entre las hojas. El diseño combinaba lo tradicional con lo contemporáneo: muebles de lÃneas puras, tejidos naturales, piedras que guardaban todavÃa el calor del sol del dÃa. De regreso en mi villa, me sumergà en la bañera exterior mientras el cielo se cubrÃa de estrellas. El reflejo de la luna sobre el agua parecÃa repetir el contorno de las montañas. No habÃa ruido, solo el suspiro del viento. Sentà que todo —el lujo, la belleza, la experiencia— se resumÃa en un único instante de presencia.

Cenar en Banyan Tree Huangshan se convierte en un viaje Ãntimo, casi mÃstico. Su restaurante Bai Yun es un santuario de antigua arquitectura Huizhou, donde cada pared respira historias y cada sombra danza con elegancia ancestral. AllÃ, en uno de sus salones privados que se sienten como cofres secretos —refugios de madera oscura para ocho, quizá catorce almas afortunadas— me entregué a una belleza pausada, esa que sólo existe cuando la tradición abraza al presente con delicadeza.
Los aromas de la cocina Hui, Sichuan y Cantonesa emergen como versos que flotan, inesperados y seductores. Ingredientes elegidos con devoción por el chef se transforman en obras maestras que honran la montaña, el rÃo y la historia local. Cada platillo es un susurro que invita a recordar que viajar también es saborear; y en Bai Yun, cada bocado tiene el encanto de un poema que permanece.
Al partir del hotel, el paisaje se despedÃa con su manto de neblina. Los pequeños pueblos históricos, como el precioso Hongcun, los arrozales, los tejados, las montañas que se desdibujaban a lo lejos. Me llevé la sensación de haber estado en una pausa entre respiraciones, en un punto donde la naturaleza y el alma se encuentran sin palabras.
