Arte y vino: Mono no Aware
- Melanie Beard
- 4 days ago
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En el corazón palpitante de la ciudad, donde el tiempo parece detenerse entre muros llenos de historia y suspiros, se desplegó un poema hecho experiencia. “Mono No Aware” fue un susurro al alma, una caricia a los sentidos, una contemplación íntima de lo efímero. Bajo el aura encantada de Un Lugar de la Mancha, un rincón que parece haberse fugado de los sueños de Cervantes, el arte se entrelazó con el vino y la emoción, como amantes que se encuentran bajo la luna para danzar en silencio.
La melancolía suave que evoca el término japonés ‘mono no aware’ se apoderó de cada rincón, flotando como perfume invisible entre copas, cuadros y miradas. Es esa conciencia dulce y punzante de que todo pasa, de que nada permanece, y precisamente en esa fugacidad radica la belleza. Deby Beard, mujer de palabras sensuales y alma viajera, orquestó esta noche como quien guía un ritual sagrado. Junto a su hija, la talentosa Melanie Beard, nos regalaron un espejo íntimo a su universo compartido, hecho de pigmentos, vino y memorias.

El primer beso de la noche fue burbujeante: Cipriani Brut Rosé. Como pétalos danzando en agua cristalina, este espumoso italiano marcó el compás de la noche: elegante, vibrante, como un poema que se desliza por la garganta. Le siguió el legendario Bellini, cóctel de diosas, símbolo de una Venecia eterna, que susurraba historias antiguas en cada sorbo. Las obras que nos rodeaban —creaciones de técnica mixta con un dejo surrealista— parecían hablar entre sí, como si los sueños se hubiesen desbordado de las artistas para habitar las paredes. Era imposible no detenerse a contemplarlas, a dejarse llevar por sus colores, por sus símbolos, por esos ecos de nostalgia y transformación.
Los asistentes, como iniciados en una ceremonia antigua, eran guiados por Deby a través de un mar de sabores. Cada vino no era sólo una bebida, sino un pasaje emocional, un eco de la tierra, un poema embotellado. El Jaros de Albillo Mayor 2023, con su blancura profunda y su alma fermentada en madera, se abría paso en el paladar como un verso delicado que se niega a ser olvidado.

Un vino que parecía haber absorbido el susurro del viento y la paciencia del tiempo. Luego, como un telón que cae con solemnidad, el Yaso 2018 nos envolvió en su abrazo oscuro, potente y sensual. Proveniente de viñas viejas, este Tinta de Toro hablaba de historia, de raíces profundas, de la belleza que se encuentra en lo imperfecto, en lo antiguo, en lo que ha resistido.
Y así, como todo lo bello, la noche se desvaneció con la misma sutileza con la que había comenzado. Dejando en el aire una fragancia imposible de nombrar. Dejando en cada uno la certeza de que hay instantes que no mueren, aunque pasen. Porque el arte y el vino, cuando se entrelazan con el alma, tienen el poder de suspender el tiempo… y susurrar al oído que, aunque todo sea pasajero, la emoción es para siempre.



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