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Sabores que despiertan memorias en La Cabrera

  • Melanie Beard
  • Sep 21
  • 2 min read
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Hay aromas que despiertan memorias incluso antes de haberlas vivido. Así me recibió La Cabrera, recién llegada a la Ciudad de México, con ese suspiro profundo a brasas, a cuero curtido por el tiempo, a madera que guarda secretos de miles de cenas lentas. En el corazón de la urbe, donde lo moderno a veces se olvida de lo esencial, La Cabrera se impone con la gracia de lo clásico bien interpretado, como una sinfonía de fuego y vino que no necesita presentación.


Entrar es cruzar un umbral hacia otro pulso. Las luces tenues acarician los muros de ladrillo, las mesas invitan a quedarte más de lo planeado, y las botellas de vino se alinean como guardianes silentes de lo que está por venir. Aquí no se corre, se honra. Cada mesa es un altar, cada platillo una declaración de amor por la carne, por el tiempo, por el origen.


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La Cabrera cuenta historias. Historias que nacen en los campos argentinos, donde el ganado se cría con respeto y se cocina con devoción. En cada plato hay tradición, pero también una audaz elegancia, una mirada que abraza el presente sin traicionar la raíz.


Probé un bife de chorizo jugoso, que llegó a la mesa chispeando todavía su lenguaje secreto de carbón. Cortarlo fue un acto de reverencia: carne tierna, marmoleada, cocida con exactitud poética. Pero fue lo que lo acompañaba lo que terminó de seducirme. Los pequeños ramequines, como una constelación de sabores: puré de papa ahumado, provoleta fundida, ensaladas tibias, salsas inesperadas. Un desfile de acentos, de texturas, de sorpresas.


El pan llegó tibio, generoso, con mantequillas aromatizadas que parecían susurrar el inicio de algo serio. El vino, argentino por supuesto, fue más que un maridaje: fue un compañero de escena. Un Malbec profundo, redondo, que envolvía cada bocado y elevaba cada pausa.


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Y entonces vino el postre. Porque no hay verdadero festín sin dulce final. Pedí el flan con dulce de leche, que llegó servido con orgullo y un dejo de nostalgia. Cada cucharada era cremosa, intensa, honesta. Nada de artificios, solo la alquimia perfecta de huevos, leche, fuego lento y ese caramelo que huele a domingo en casa.


El servicio, por su parte, es atento sin invadir, informado sin presumir. Hay algo en la mirada de quien te sirve que te hace sentir parte de algo. Como si este rincón no fuera un restaurante más, sino un pedazo trasladado desde Buenos Aires, pero con la calidez del DF y la mirada cómplice de quien sabe que comer es, ante todo, un acto emocional.



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1 Comment


kevin
Oct 30

I tried a Maid service Franklin recently, and it completely changed my cleaning routine. The team was polite, efficient, and left my home looking amazing. I especially appreciate their attention to detail in the kitchen and bathrooms. It’s so nice to have trustworthy professionals take care of the hard work!

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