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  • Deby Beard

Regresar a Lisboa...


Hay lugares del mundo que amo y a los que marco en mi agenda para regresar, ahora Portugal ocupa un lugar muy especial en mi lista. Durante varios días, pareciera que el sol salía y se ponía sólo para mostrarme lo mejor de este país. Bajo el cielo despejado y con vientos frescos, Lisboa, la capital portuguesa, se presentó ante mis ojos. Aunque está alejada del mar, en Lisboa el agua es fundamental en su paisaje y ha sido parte fundamental de su construcción, arquitectónica e histórica. A la usanza de los antiguos navegantes, se puede llegar a la ciudad surcando las aguas de su río Tejo -que hay que llamarle como sus habitantes para mezclarse más fácil en sus costumbres- a bordo de un crucero o un ferrie. El río es la fuente de vida de los lisboetas, es un espejo en el que se refleja su pasado y su esplendoroso presente. Desde el río, se admiran hermosas vistas a la ciudad, con la uniformidad de sus tejados rojos y fachadas blancas; desde la ciudad, se admira a esta importante vía de comunicación, corazón de la ciudad, espejo impermeable ante el paso del tiempo. Durante los recorridos de Lisboa son imprescindibles las paradas en alguno de sus centros comerciales, contados entre los más grandes de Europa, así como en sus monumentos, que no son pocos. Uno de los lugares más icónicos para los turistas y los locales, es la histórica plaza Marqués de Pombal donde nace el Parque Eduardo VII, de estilo francés y, rodeado por frondosos árboles, bares y restaurantes famosos por sus almuerzos. Recorrer sus 26 hectáreas bien vale el esfuerzo, pues la recompensa es una bonita vista del río, de la ciudad y sus edificios, incluyendo la del Four Seasons Hotel Ritz Lisbon. Viajar a una ciudad que está al otro lado del océano merece ser conocida en todos sus aspectos, incluyendo su alta hotelería. Por eso, me hospedé en este lujoso hotel de 282 habitaciones, al que las estrellas no le han bastado y ahora es considerado el mejor de Lisboa. El hotel se une al estilo citadino con el suyo propio, resaltando cada uno de sus diez pisos en una galería de arte única y sublime.

Aunque mi guía me dijo que podíamos recorrer Lisboa en tres días, faltó que incluyera los días que se requieren para apreciar cada una de las esculturas, cuadros, tapices contemporáneos y hermosas réplicas de mobiliario del siglo XVIII que se albergan en el Four Seasons, además del deleite de perderse en su gastronomía y su spa. Como amante de los placeres que nos ofrece la vida, confieso que me dejé llevar por los ricos masajes y los rituales ayurvédicos del spa, mientras mi vista recorría las vistas al verdor exterior a través de sus amplios ventanales. En Lisboa se come bien y abundante, siendo el pretexto de mantenerse en forma una de las motivaciones para descubrir la ciudad a pie, aunque con el elegante restaurante Varanda dentro del hotel, no hace falta salir. Desde su delicioso desayuno buffet diario hasta sus comidas, el restaurante es reflejo del tesoro gastronómico portugués. Entre sus platillos imperdibles están las caldeiradas de pescado, que es un cocido de diferentes pescados, y las cataplanas de mariscos, que son cazuelas de mariscos preparados con aceite de oliva, ajo, cebolla, pimientos y un toque de vino, que por supuesto, saben mucho mejor que su descripción. Lisboa me invitó a saborearla con el mismo placer que se sorbe de una copa de oporto. Sus calles de adoquines pequeños pareciera que, además de su valor estético, fueron pensados para caminar despacio y admirar todos los detalles que en conjunto componen a una gran ciudad.

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