Para potenciar al vino que nos tienta desde la copa se gira con movimientos gentiles, dejando que se adhieran a las paredes del cristal austriaco Riedel una fina capa, como preámbulo a la que dejará en nuestros labios.
Con cada nota que me invade se desata en mi mente el conocimiento que existe detrás de la delicada pieza de cristal que contiene al vino Conundrum, mientras dejo que el sabor irrepetible de éste recorra mis venas. Al catarlo, pienso en las tres generaciones de la familia Wagner que se han dedicado a experimentar y a romper las reglas establecidas, para regalarnos un vino como Conundrum.
El vino se percibe por los sentidos y hay también algo de místico en él. Por ello mientras se cata hay que despertar los sentidos y prestar atención a la manera en que reaccionan ante las caricias de los taninos.
Cuando bebemos un vino, como es el Conundrum, nuestros sentidos se alertan al dejarse seducir por las uvas de Napa Valley, Santa Lucia y Sonoma, tratando de reconocer las características que nos resultan conocidas.
Desde el momento en que observo el diseño de la etiqueta de esta particular creación, en mi mente revolotea un imaginario de los posibles sabores y sensaciones con los que me acariciará. Al descorcharla el sonido me envuelve, y se convierte en uno mismo con el canto del cristal de mi copa Riedel. Mi olfato es abrazado con una gama de aromas de diferentes uvas que convergen en una misma creación.
El placer líquido de las uvas que han sido transformadas en vino, recorre mi ser con su especial tacto, guiándome en un descubrimiento de sensaciones de temperatura, textura y astringencia. Aunque beberlo sólo mientras cae el atardecer es un placer en sí mismo, acompañarlo con un fino corte de carne a la parrilla es un doble placer.
Aprender a catar vino, y en especial uno tan único y especial como Conundrum, es cuestión de dejarse llevar, de soltar toda la imaginación y sentirnos invadidos por su calor, su sabor, su aroma y su tersura, y claro, por su canto sonoro al ser servido en mi delicada copa.
