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Con sabor a India en Marquis Reforma

  • Melanie Beard
  • Jul 1
  • 2 min read

Aún danzan en mi paladar los ecos dorados de la India, ese país que se visita con el alma. En cada respiro, su cocina parece una plegaria de especias, una invocación al gozo profundo, un arte que trasciende fronteras. Y ahora, sin necesidad de cruzar océanos ni cambiar de continente, es posible recorrerla desde el corazón vibrante de la Ciudad de México.


El hotel Marquis Reforma, esa joya art déco que se eleva con dignidad sobre el Paseo de la Reforma, ha abierto una puerta efímera hacia Oriente. Esta semana, su restaurante Heritage Bistro se ha transformado en un santuario de aromas, en una casa espiritual donde las especias hablan y los sabores cuentan historias milenarias. El festival gastronómico de la India, creado en colaboración con la Embajada de la India en México, no es simplemente una cena: es un ritual, una travesía emocional.

El aire, apenas se entra, vibra con notas de cúrcuma, clavo, comino; un paisaje sensorial. Como si una caravana de sabores hubiera cruzado el desierto para llegar hasta aquí, trayendo sino memoria, esencia y fuego. Rajasthan, Goa, Kerala… todos los rincones de la India parecen estar presentes en cada platillo, susurrando entre mordidas.


El menú degustación es una sinfonía, un viaje en varios actos donde cada platillo es un destino. Las samosas, crujientes, doradas, rellenas de especias y nostalgia, despiertan el apetito como un saludo aromático. Luego llega el daal makhani, profundo como una noche estrellada sobre el Ganges: lentejas negras y mantequilla fundidas en una danza lenta que reconforta el alma.


El butter chicken es pura seducción: pollo tierno nadando en una salsa cremosa que huele a anhelo y sabor a infancia. Y entonces el rogan josh, rojo como un sari de boda, especiado como un secreto al oído, envuelve la carne en una pasión que se vive.

Entre plato y plato, una pausa delicada: la rosa sharbat. Líquida fragancia, rosa en copa, una bebida que recuerda a los bazares de Jaipur al atardecer. Su sabor floral, ligero y etéreo, refresca el espíritu y lo envuelve en seda.


Y para el final, el susurro dulce del gulas jamun. Pequeñas esferas de queso fritas, cubiertas de jarabe de cardamomo, que estallan en la boca como cuentos de hadas olvidados. No hay mejor forma de cerrar una odisea gastronómica que con este postre ancestral que sabe a infancia, a fuego lento, a hogar lejano.


El Marquis Reforma no es ajeno a la magia. Sus pasillos silenciosos, su arquitectura elegante, su respeto por los detalles, crean el marco perfecto para que estos encuentros sensoriales florezcan. Aquí, los sabores se visten de gala, y los sentidos encuentran un escenario donde expresarse sin pudor.


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