Yoru: un haiku enrollado en un handroll
- Melanie Beard
- 12 hours ago
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Hay rincones en la ciudad que parecen existir fuera del tiempo. Lugares que se revelan al ritmo de la intuición, como si el instinto reconociera la belleza antes que la razón. Así encontré Yoru, en el corazón palpitante de la Condesa: un santuario urbano donde Japón se destila en gestos mínimos, sabores puros y silencios cargados de intención.
El espacio, íntimo y preciso, está hecho de madera que respira calma. Todo está medido, pero nada es rígido. Hay una cadencia en Yoru, como si cada movimiento —desde el corte de un pescado hasta la entrega de un handroll— formara parte de una ceremonia tácita, casi sagrada. Aquí se viene a observar, a entregarse, a dejar que el sabor hable más que las palabras.

Las manos del itamae eran precisión y poesía. Enrollaba, cortaba, ensamblaba, con devoción serena. El primer bocado fue un handroll de toro con arroz tibio y alga crujiente. El mar graso y perfecto del atún acariciaba el paladar, y por un instante, la ciudad desapareció.
Siguieron nigiris que parecían pequeñas joyas comestibles. De kampachi, de anguila, de salmón. Cada uno era una historia contada en japonés susurrado: equilibrio, temperatura, textura. Nada sobraba, nada faltaba. Incluso la soya —aplicada con una delicadeza casi espiritual— parecía nacer del pescado mismo. El wasabi despertaba con elegancia; el jengibre susurraba: “otra vez”.

Entre los pliegues de la tarde, llegó un tazón de matcha espeso, ceremonial, con ese tono verde profundo que parece contener siglos de tradición en cada sorbo. Terroso, vegetal, meditativo; el contrapunto perfecto a los sabores que lo precedieron. Luego vino un handroll de salmon skin, crujiente como la brisa de invierno, con un dejo ahumado que persistía suavemente en la lengua.
Y entonces, la joya inesperada: anguila templada coronada con foie gras y un susurro de trufa. Un bocado que no se come, se contempla. Cada elemento dialogaba con el otro como agua y tierra, untuoso y umami, sutil y sublime. Fue un acto final sin estridencias, como el último acorde que flota antes del silencio.
Yoru es un respiro preciso en medio del caos; un poema enrollado con manos sabias.

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