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Magia en cada bocado: Nobu

  • Melanie Beard
  • Jul 4
  • 2 min read
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El arte del buen vivir tiene sus templos; Nobu, en Arcos Bosques, es uno de esos santuarios del gusto donde la experiencia trasciende lo culinario: se convierte en un susurro para los sentidos, una invitación a rendirse ante lo exquisito.


Desde el primer paso, el ambiente te envuelve como un perfume elegante. La arquitectura respira armonía: maderas que hablan con voz baja, líneas puras que acarician la vista, y una luz que cae como seda líquida sobre las mesas. Afuera, la ciudad late con su habitual prisa, pero dentro todo se ralentiza. El tiempo se vuelve suave.

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El primer hechizo fue servido en forma de tacos de lechuga con bacalao negro. Un platillo que parece nacido del contraste perfecto: la lechuga, crujiente y fresca, envuelve con delicadeza la suavidad oscura del bacalao glaseado, que se deshace al menor contacto, como si fuera una caricia marina. Cada bocado era un instante de contemplación: breve, profundo, como una ola que va y viene dejando sal y ternura en el recuerdo.


Luego llegaron los camarones roca, y con ellos, un coqueteo descarado. Dorados, crujientes, intensamente jugosos. Vestidos con una salsa que oscila entre lo picante y lo dulce, se vuelven irresistibles. No se comen, se disfrutan con deseo. Provocan. Invitan. Hacen del apetito un juego, del antojo, una travesura deliciosa.

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Pero si hubo un momento que dejó huella, fue el encuentro con los dumplings de Wagyu y foie gras con fig teriyaki. Pequeñas joyas cerradas en una piel fina, casi etérea. Dentro, una danza íntima entre la untuosidad del foie gras y la intensidad del wagyu, dos protagonistas que se funden sin prisa. La salsa de higo —oscura, dulce, profunda— se derrama como un secreto lento sobre cada bocado.


El final fue un suspiro convertido en postre: plátano macho tibio, envuelto en salsas, cremas y nueces caramelizadas. Un bocado que parecía más un poema que una receta. Cada cucharada era una danza de texturas, de temperaturas, de emociones. Dulzura sin empalago, calidez que reconforta, y una nostalgia repentina por lo que ya se acaba.


Cada instante en Nobu es una experiencia que se bebe, se muerde, se suspira. Un lugar donde la estética se funde con el sabor, donde el paladar despierta y el alma sonríe.

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